Conversación en una noche cualquiera

—¿Estás despierto? —preguntó ella en voz baja, mientras se acomodaba en la cama.
—Sí, no podía dormir —respondí, mirando el techo.

Hubo unos segundos de silencio, de esos que no incomodan, pero que guardan algo importante detrás.

—Estaba pensando… —dijo ella—, ¿recuerdas cuando nos quedábamos hasta tarde hablando de cualquier cosa?
—Claro que sí. A veces terminábamos viendo salir el sol.
—Últimamente no lo hacemos. Y no es porque no tengamos tiempo, creo que es porque dejamos de buscarlo.

Me quedé callado un momento. Tenía razón. Nos habíamos dejado atrapar por la rutina: el trabajo, las cuentas, las responsabilidades. Llegábamos a la cama tan cansados que lo único que queríamos era dormir.

—No me malinterpretes —continuó—, me encanta que estemos construyendo cosas juntos, pero extraño esos ratos en los que no importaba nada más que escucharnos.
—Yo también los extraño —admití.

Ella se giró para mirarme.
—¿Y si lo intentamos otra vez? Aunque sea una vez por semana. Un café a las diez de la noche, como antes.
—Me gusta la idea. Podemos empezar mañana.

Sonrió.
—No quiero que nos pase eso que le pasa a algunas parejas… que un día se dan cuenta de que se quieren, pero ya no se conocen.

Apagué la lámpara, pero no dejamos de hablar. Esa noche, sin planearlo, recuperamos un pedacito de lo que habíamos perdido.

Las grandes conversaciones no siempre suceden en lugares especiales ni en momentos planeados. A veces ocurren en una cama, una noche cualquiera, cuando dos personas deciden escucharse otra vez. Y ahí, en esa simple decisión, empieza a renovarse la conexión que parecía haberse escondido.