Carta que nunca te envié

No sé si leerás esto algún día. Tal vez nunca lo haga llegar a tus manos. Tal vez se quede aquí, guardado entre papeles y recuerdos, como tantas cosas que nunca dijimos en voz alta.

Quiero que sepas que, aunque no siempre lo demostré, valoré cada momento que compartimos. Incluso esos días en los que no hablábamos mucho. Incluso las mañanas en las que el café estaba frío porque nos quedamos en silencio. Porque ahora entiendo que no era un silencio vacío… era simplemente vivir, estar ahí, compartir el mismo espacio.

Sé que cometí errores. Me aferré demasiado a mis rutinas, dejé que el cansancio apagara mi entusiasmo y, a veces, creí que el amor podía sostenerse solo con recuerdos. Me equivoqué.

No es que no te amara, es que olvidé que el amor también necesita acción. Necesita que lo cuidemos como se cuida una planta: con agua, con luz y con atención constante. Y cuando dejamos de hacerlo, poco a poco se marchita, sin que nos demos cuenta.

Recuerdo tu forma de reír cuando algo te sorprendía. Recuerdo las veces que discutimos por tonterías y luego nos mirábamos como si quisiéramos pedir perdón sin palabras. Recuerdo el día que me tomaste de la mano en medio de la calle, sin motivo alguno, solo para que supiera que estabas ahí.

Si pudiera volver atrás, te diría más veces lo que significabas para mí. Te abrazaría más fuerte en esos días en los que estabas distraído o preocupado. Escucharía con más paciencia tus historias, incluso las que ya conocía de memoria.

Tal vez sea tarde para todo eso. Tal vez el tiempo nos haya llevado por caminos distintos. Pero quiero que sepas que te llevo conmigo, no como una herida, sino como una parte importante de quien soy hoy.

Porque aunque esta carta nunca llegue a ti, escribirla me recuerda que el amor no se mide solo en la cantidad de tiempo que dura, sino en la profundidad con la que se vive. Y lo nuestro, aunque imperfecto, fue profundo.